Saccomanno no es el título. La problemática de la cultura expuesta en una feria comercial

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Casi como esos memorables y añorados debates epistolares, pero con las particularidades de estos tiempos de selfies, con la inmediatez, con las viralizaciones en redes sociales, con medios de comunicación de por medio, y con público por delante, se dio en los últimos días un cruce intelectual que merece mi atención. En la apertura de la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FIL), Guillermo Saccomanno expuso la realidad del sector literario y sentó un precedente que sacudió a la fundación organizadora, la que no demoró en responder.

Saccomanno enumeró algunas de las dificultades del sector literario: falta de papel en un contexto oligopólico de su producción y distribución en Argentina; el costo de edición; los derechos de autor; los bajos ingresos por autoría que las editoriales entregan a los creadores de las obras… entre otros temas. Pero además “blanqueó” que exigió un pago por realizar el discurso de apertura de la Feria. Nadie antes había cobrado.[1] “Con respecto a mis honorarios, a Ezequiel[2], además de honesto periodista cultural, hijo de un gran escritor, no puso reparo. Es más, coincidió en que se trataba, sin vueltas, de trabajo intelectual. Y como tal debía ser remunerado, aunque hasta ahora, como tradición, este trabajo hubiera sido, gratuito. No creo que mencionar el dinero en una celebración comercial sea de mal gusto. ¿Acaso hay un afuera de la cultura de la plusvalía?”.

No se demoró la respuesta Hugo Levin, ex presidente de la Fundación El Libro (FEL) y miembro de la comisión. También lo hizo por escrito, aunque no lo leyó ante público sino que lo envió a los medios de comunicación.[3] Correspondencia cruzada, pero con carteros que se la leen a todos. Obviamente defendiendo el negocio, su organización y la forma en que se desarrolla. “El espíritu era que se designara a un escritor argentino destacado y que la FEL con esa designación lo consagrara definitivamente”, es decir la paga al artista es dándole algún tipo de “prestigio” que aparentemente representa ser orador en la FIL, algo así como esos canjes que hacen las figuras públicas con diferentes empresas mostrándolas en sus Instagram. “A ninguno de los que abrieron la feria, se les ofreció jamás remuneración por ese privilegio y tampoco nadie lo solicitó. ¿Habrán estado equivocadas mentes tan sabias e intelectualmente superiores que entendieron que no era un trabajo? Creo que no, nunca se les pidió ni un tema especial ni se les exigió que su discurso durara un tiempo determinado. Entendieron el espíritu de la convocatoria y lo aceptaron agradecidos”. La confesión de jamás ofrecer remuneración habla también de la importancia que le da a los artistas, y a la vez intenta degradar a Saccomanno comparándolo con las que él llama mentes “intelectualmente superiores” que no han osado cobrar, Saccomanno sería un literato sofista.

Me permito incorporar un tercer “personaje” a esta historia, Gustavo Noriega en La Nación habla de infantilismo en la postura de Saccomanno: “En su discurso, el escritor describe amargamente que el autor recibe apenas el 10% del precio de tapa de cada ejemplar vendido. Lo que él debe saber, como cualquier persona que alguna vez haya publicado, es que el sistema se hace sustentable gracias a los best-seller. La mayoría de los libros publicados generan menos plata que la que cuesta publicarlos. Son aquellos que venden cantidades descomunales de ejemplares los que permiten que la rueda de publicaciones, buscando al próximo exitoso, gire sin cesar. Para decirlo groseramente: es Stephen King el que permite que una editorial importante publique una ópera prima que probablemente venda algunos pocos centenares de ejemplares. Si alguien se va a quejar del 10% que le corresponde al autor, lo honesto sería poner en la balanza que las editoriales no le cobran por cada vez que una edición provoca pérdidas”. La mirada de Noriega, como siempre, es centroporteñista, esa “realidad” que intenta defender no existe en las provincias ni con autores que no trabajan para los grupos que tienen el poder de edición, en la mayoría de los casos los autores ponen dinero de sus arcas para la publicación, no hay editoriales que publiquen gratis y a pérdida; además habla desde el establishment; sus obras, las de Noriega, fueron publicadas por editorial Sudamericana; defiende la industria del papel, en Argentina controlada por Ledesma y Papel Prensa de la que La Nación (el diario en el que escribe la respuesta a Saccomanno) tiene el control del 22%; pone como ejemplo un autor estadounidense, no creo necesario explicar nada sobre eso, ciertamente es grosero.[5]

Esta situación es una constante en la cultura. Las bandas y artistas musicales no cobran en muchos de sus shows porque “es difusión para sus músicas. Los premios literarios y fondos de fomentos son irrisorios (por no decir denigrantes). Los artistas plásticos no cobran por sus exposiciones, porque “es una vidriera que puede permitirles vender”. Muchos concursos de escultura exigen la presentación de la obra para la selección del jurado ¿No es acaso como pedirle a un arquitecto que presente una casa terminada para decidir si “te gusta”? Y en cada rama de las artes y la cultura hay casos y ejemplos para plantear. Claro que, no estamos hablando de casos de artistas de renombre, los que cobran hasta las entrevistas en medios de comunicación y no se les cuestiona, sobre todo cuando son extranjeros. Dice Fréderic Martel en Cultura Mainstream -Cómo nacen los fenómenos de masas-: “Ha estallado la guerra mundial de los contenidos. Es una batalla que se libra a través de los medios por controlar la información; en las televisiones, por dominar los formatos audiovisuales de las series y los talk shows; en la cultura, por conquistar nuevos mercados a través del cine, la música y el libro; finalmente, es una batalla internacional por los intercambios de contenidos en Internet. Esta guerra por el soft power enfrenta a fuerzas muy desiguales. En primer lugar, es una guerra de posiciones entre países dominantes, poco numerosos y que concentran prácticamente casi todos los intercambios comerciales. En segundo lugar, es una guerra de conquista entre estos países dominantes y los países emergentes por asegurarse el control de las imágenes y los sueños de los habitantes de muchos países dominados que no producen o producen muy pocos bienes y servicios culturales. Y por último, también son batallas regionales para obtener una nueva influencia a través de la cultura y la información”.

He sido parte de la organización de la Feria del Libro en mi ciudad, he visto cómo desde el Estado, desde la organización, se minimiza la participación de los artistas locales, regionales y provinciales, sin abonarles un centavo, costeando ellos mismos muchas veces los traslados incluso; pero a “figuras” porteñas (mal llamadas nacionales) se les paga hasta el café en la mañana, además de su abultado caché, traslado, hotel de lujo.

El trabajo intelectual está degradado. Tal vez por eso muchos filósofos están ligados laboralmente a la educación, viven de dar clases, pero las charlas, entrevistas, participaciones en debates, artículos y toda otra incursión pública es “gratuita”. ¿Por amor al arte? Dice Andrés Calamaro que “no se puede vivir del amor”, menos del amor al arte. En su conferencia titulada “Epistemology without a knowing subject”, presentada ante el Tercer Congreso Internacional de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia, celebrado en Amsterdam en 1967, Karl Popper sorprendió a los asistentes con su concepción de un tercer mundo o mundo 3. Entre los precursores de su concepción del mundo 3 Popper cita a Platón, los estoicos, Bolzano y Frege. No es la intención profundizar en ello, pero ese mundo 3 estaría circunscripto al ámbito de la cultura, es decir, toda la información allí contenida sería la cultural (no la genética). Si hay decadencia cultural, también estará reflejada en ese plano. Y con esa idea en mente me pregunto (y nos pregunto) ¿Además de este mundo, estamos también arruinando el mundo 3?



[2] Ezequiel Martínez, presidente de la Fundación El Libro, hijo de Tomás Eloy Martínez y también presidente de la Fundación que lleva el nombre de su padre.



Marcelo J. Silvera


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