"Ubi societas, ibi ius" decía el principio jurídico romano: donde hay sociedad, hay derecho. Pero ¿qué ocurre cuando el entramado simbólico que da sustento a ese derecho es corroído desde dentro por la indiferencia? Lo que vivimos no es meramente una crisis del civismo o de las “buenas costumbres”, sino una metástasis del homo economicus liberal en el cuerpo de la vida comunitaria, un desgarramiento progresivo del ethos colectivo. Lo que se pierde no es una regla, sino el alma misma del convivir: la alteridad.
De la otredad a la indiferencia: genealogía de una erosión
La vida comunitaria, desde Aristóteles, fue concebida como zoon politikón, es decir, el ser humano solo se realiza plenamente en la polis, donde la vida buena (eudaimonía) es inseparable del reconocimiento del otro como sujeto de derecho, de deseo y de palabra. En el siglo XXI, sin embargo, hemos asistido a una inversión inquietante: el otro ya no es cohabitante del mundo, sino obstáculo, estorbo, ruido.
La indiferencia frente al otro no es un accidente contemporáneo, sino el síntoma agudo de una subjetividad narcisista hegemonizada por el paradigma neoliberal. Esta forma de vida, regida por el auto-affectus (Spinoza, 1677/2008) y el rendimiento individual, ha sustituido la philia por la competencia, la reciprocidad por el consumo, y el cuidado mutuo (epimeleia heautou) por la autocelebración.
Microviolencias cotidianas: estética de la desidia
Los ejemplos abundan y duelen por su cercanía. No son crímenes atroces, no aparecen en los noticieros. Pero son actos de disolución cotidiana. Tres jóvenes que, en la entrada de un café, bloquean el paso de una familia para entrar primero. Un vecino que ignora la siesta compartida y rompe el silencio con golpeteos, como si el tiempo fuera solo suyo. Habitantes de un edificio que sacan la basura cualquier día, a cualquier hora, y la dejan en un contenedor (cuya propia existencia está prohibida por ordenanza municipal, pero la propia Municipalidad no controla) pudriéndose hasta que el recolector pase. Dueños de perros que dejan sus excrementos en veredas ajenas, como si el espacio público fuera tierra de nadie. En el supermercado, el carro dejado al medio no es solo un objeto olvidado: es la metáfora del otro olvidado. Y la bocina insistente a la madrugada es la sinfonía de la desconsideración.
Estos actos constituyen lo que Pierre Bourdieu llamó violencias simbólicas (1998): agresiones no físicas, pero igualmente devastadoras, que erosionan los lazos sociales mediante la naturalización de la insolidaridad.
Es como si hubiésemos ingresado colectivamente a un reality show existencial: cada quien busca destacarse, ganar su cuota de pantalla, aplauso o placer, y los demás son simplemente “fondos de pantalla” de la propia película. La humanidad se ha convertido en extras de uno mismo. Cogito ergo sum influencer. Y mientras tanto, la comunidad, esa vieja señora sabia y generosa, yace postrada en una cama de cuidados paliativos, sin visitas.
Egoísmo, egocentrismo y egolatría: la tríada patológica de nuestro tiempo
A diferencia del simple interés propio, que puede articularse racionalmente con el bien común, el egoísmo contemporáneo se ha vuelto ontológico: el yo ya no es una instancia en diálogo con lo común, sino un monadón leibniziano cerrado sobre sí mismo. Lo que antes era ipseidad se ha convertido en autoidolatría.
Esa egolatría encuentra su expresión extrema en el narcisismo social: un fenómeno que Christopher Lasch (1979) supo diagnosticar precozmente en su obra La cultura del narcisismo. Allí, el narcisista ya no busca poder, sino validación; no aspira al dominio, sino al like. El narcisismo, en tanto forma patológica de la praxis, implica la incapacidad de asumir el punto de vista del otro.
Y aquí radica el problema: sin la capacidad de alteridad, desaparece la base misma de toda moralidad. Como bien lo señala Emmanuel Levinas (1961/1977), “la ética nace en el rostro del otro”, es decir, en la interpelación que ese rostro nos hace: “no matarás”. Cuando ese rostro es ignorado o, peor aún, invisibilizado, ya no hay ética posible. Solo cálculo.
La desidia vecinal, aunque pueda parecer banal, es un síntoma mayor: no se trata de pereza ni descuido, sino de una negativa activa a reconocer el valor del otro. Es, en palabras de Hannah Arendt (1958/1993), una forma de banalidad del mal: no la maldad consciente y planificada, sino la renuncia a pensar en términos de comunidad, a preguntarse por las consecuencias de los actos propios.
A esto se suma lo que Byung-Chul Han (2012) llama la “sociedad del cansancio”: vivimos tan atrapados en la autoexplotación que ya no tenemos energía para el cuidado del otro. Pero no debemos caer en el facilismo determinista. La comunidad no se destruye sola. Se deja destruir.
Epiméleia tou allou: el cuidado como resistencia
Frente a este panorama de atomización ontológica, urge recuperar la dimensión del cuidado como acto político y existencial. No un cuidado superficial o asistencialista, sino el cuidado del otro como tarea ontológica, en el sentido que propone Michel Foucault (1984/2010) al hablar del “cuidado de sí” (epiméleia heautou), que siempre incluye al otro.
No hay comunidad sin responsabilidad, sin límites, sin reconocimiento. Es preciso resacralizar el gesto mínimo: sostener la puerta, cuidar el silencio, recoger lo que ensuciamos, cumplir normas, pensar en quienes nos rodean. Porque ahí empieza la democracia: en la ética del umbral.
No hay comunidad sin sujetos éticos, ni ética sin reconocimiento del otro. La indiferencia cotidiana es el ácido que corroe lentamente las bases de la civilización. Y sin civilización, lo que queda es barbarie de mercado, ruido sin sentido, existencia sin comunión. La única salida está en reconstituir el lazo, aunque sea a partir del gesto más mínimo. Como dice Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
Bibliografía
- Arendt, H. (1993). La condición humana. (1.ª ed.). Paidós. (Obra original publicada en 1958).
Bourdieu, P. (1998). La dominación masculina. Anagrama.
Foucault, M. (2010). El gobierno de sí y de los otros. Fondo de Cultura Económica. (Clases en el Collège de France, 1982-1983).
Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
Lasch, C. (1979). La cultura del narcisismo: La vida americana en una era de esperanzas menguantes. Norton.
Levinas, E. (1977). Totalidad e infinito. Sígueme. (Obra original publicada en 1961).
Spinoza, B. (2008). Ética demostrada según el orden geométrico. Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1677).