La educación mediada por la tecnología ha revolucionado nuestras aulas, llevándonos de pizarras desgastadas a pantallas táctiles y de clases presenciales a encuentros en plataformas digitales. En la provincia de Córdoba (Argentina), por ejemplo, se impulsa fuertemente la modalidad combinada, es decir, mixta entre presencial y virtual. Sin embargo, en esta transición vertiginosa, nos hemos enfrentado a una nueva problemática: el desarraigo humano. En nuestra obsesión por digitalizarlo todo, corremos el riesgo de perder el norte pedagógico más esencial: el ser humano como sujeto de la educación.
El problema del desarraigo humano
El filósofo Martin Buber nos recuerda que “toda vida verdadera es encuentro”. Pero, ¿cómo se sostiene el encuentro en un espacio virtual? En las aulas digitales, el docente muchas veces se convierte en una figura espectral, mientras que los estudiantes, reducidos a píxeles en una pantalla, asumen el rol de meros receptores de contenido. Esto ha generado una educación despersonalizada donde el estudiante deja de ser un sujeto activo para convertirse en un usuario pasivo. La tecnología, que debería ser una herramienta para acercar, parece haber cavado una grieta en las relaciones humanas.
El problema se agrava con la lógica mercantilista que domina la educación digital, donde la eficacia y la productividad reemplazan valores como la reflexión crítica y el diálogo. Como estudiante egresado de una carrera online he sufrido la deshumanización (paradójicamente en una facultad de "Humanidades"), y he visto triunfar a la meritocracia intelectual, gente pagando para que alguien les haga los trabajos, trato preferencial, gente que un día no tenía ni el tema de tesis y al poco tiempo estaba "defendiéndola"... En este contexto, el pensamiento profundo se sacrifica en el altar de la inmediatez y la meritocracia intelectual. ¿Cómo construir humanidad en un espacio dominado por algoritmos?
La propuesta: hacia un enfoque pedagógico digital humanizado
Es urgente reconfigurar la relación entre tecnología y educación desde una perspectiva humanista. Esto no implica rechazar la digitalización, sino integrarla de manera ética y consciente. Siguiendo el pensamiento de Hannah Arendt, quien subraya la importancia de cultivar la vita activa, es fundamental que la educación digital promueva prácticas que refuercen la autonomía y la interacción humana.
Un enfoque pedagógico digital humanizado debe centrarse en los siguientes pilares:
- Reconocimiento del estudiante como sujeto único: Diseñar plataformas que permitan la personalización real del aprendizaje, respetando las individualidades y fomentando el pensamiento crítico.
- Construcción de comunidades digitales auténticas: Crear espacios virtuales donde los encuentros sean verdaderamente significativos, recuperando la esencia dialógica de la educación.
- Desarrollo de competencias éticas: Integrar contenidos que cuestionen el impacto de la tecnología en nuestras vidas, formando ciudadanos conscientes capaces de reflexionar sobre el mundo digital.
- Pedagogía híbrida consciente: Adoptar modelos que combinen lo mejor de la presencialidad y la virtualidad, asegurando que la tecnología sea un medio, no un fin.
Mientras diseñamos estas soluciones, quizá deberíamos recordar las palabras de Ray Bradbury en Fahrenheit 451: “No necesitamos ser más rápidos; necesitamos ser más humanos”. Ironías del mundo digital, donde nos conectamos con un clic, pero olvidamos mirar al alma de quienes están al otro lado de la pantalla. ¿De qué sirve un aula sin almas, aunque sea digital?
Una educación para el futuro, pero con raíces humanas
El desafío no es menor. Recuperar la centralidad del sujeto en un entorno tecnificado requiere valentía filosófica, voluntad política y creatividad pedagógica. Pero es imprescindible si queremos formar no solo profesionales competentes, sino también seres humanos íntegros. Que nuestra obsesión tecnológica no se convierta en una distopía educativa; que la educación digital sea un puente hacia lo humano y no una isla que nos aísle aún más.
Como dice Paulo Freire (1997), “la educación es un acto de amor, y por tanto, un acto de valor”. Es tiempo de amar lo humano en la era digital, con todo el coraje que ello implica.
Bibliografía
Arendt, H. (1958). La condición humana. Barcelona: Paidós.Bradbury, R. (1953). Fahrenheit 451. Nueva York: Ballantine Books.
Buber, M. (1923). Yo y Tú. Madrid: Ediciones Sígueme.
Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Buenos Aires: Siglo XXI.