“El espectáculo no es un conjunto
de imágenes,
sino una relación social entre personas mediada por imágenes.”
— Guy Debord, La sociedad del espectáculo (1967)
Vivimos una época donde el pan ha sido reemplazado por descuentos virtuales, y el circo se ha convertido en algoritmo. No hace falta censura cuando hay exceso. No hace falta represión cuando hay entretenimiento (aunque reprimen a los pocos que se animan a manifestar). La posmodernidad no prohíbe: distrae. Y en esa distracción se juega uno de los mecanismos más sofisticados del poder contemporáneo.
La banalización de la política como espectáculo sin conflicto
No se trata ya de manipular a la ciudadanía con discursos ideológicos. Se trata de ofrecerle un menú emocional que sustituya la política por la adrenalina de una final, el drama de una ruptura amorosa televisada o la indignación contra el influencer de turno. En la pantalla no hay antagonismo real: hay histeria espectacular. La política se convierte en un show donde se simula la confrontación para garantizar la continuidad del statu quo.Los debates se convierten en puestas en escena. Las elecciones, en encuestas de popularidad. Los escándalos, en capítulos de un reality infinito. Y mientras tanto, las decisiones que afectan a millones se toman en oficinas donde el entretenimiento no llega. Donde nadie graba. Donde no hay espectadores.
El problema no es que la política se vuelva visible. El problema es que se vacía de contenido al transformarse en entretenimiento. Lo que queda es un decorado democrático sostenido por fuegos artificiales.
La farandulización de la opinión pública
Hoy, saber no es necesario para opinar. Lo urgente es tener visibilidad. Por eso los debates en redes sociales no se estructuran en torno a argumentos, sino a posicionamientos afectivos. Se comparte lo que indigna, lo que viraliza, lo que genera reacción. Y para eso, nada mejor que el espectáculo.Los “formadores de opinión” ya no son periodistas ni filósofos, sino personajes del ecosistema farandulero digital: influencers, tuiteros profesionales, celebridades recicladas. Personas que, con una narrativa superficial y un manejo hábil del algoritmo, se convierten en referentes de una comunidad que no busca verdad, sino pertenencia emocional.
El consumo como acontecimiento emocional
Ya no consumimos cosas: consumimos experiencias diseñadas para provocar emociones de bajo riesgo. El Hot Sale reemplaza al salario como promesa de felicidad. La oferta limitada es el nuevo acontecimiento. La satisfacción inmediata sustituye a la esperanza política. Se nos dice que, aunque no tengamos futuro, al menos podemos comprar algo hoy (endeudándonos).El consumo deja de ser un acto económico para convertirse en una narrativa de identidad. Quien accede a un producto accede también a una emoción, una estética, un relato de pertenencia. Y esa emocionalidad prefabricada es la que impide la construcción de un horizonte colectivo. Cada cual está demasiado ocupado armando su propio carrito de deseos como para preguntarse por el destino común.
El rol de la filosofía frente a la anestesia global
Frente a esta anestesia organizada, la filosofía no puede competir. Y no debe. La filosofía no es entretenimiento. No busca divertir, ni agradar, ni viralizarse. Su tarea es otra: despertar. Interrumpir el flujo. Incomodar. Abrir preguntas donde el algoritmo ofrece certezas.El pensamiento crítico no es un producto. Es una práctica. Y como toda práctica, exige tiempo, esfuerzo, soledad. Exige silencio. Por eso es contracultural. Porque no rinde. No seduce. No adormece. Y en esa falta de rentabilidad está su fuerza.
En tiempos donde todo se mide en impacto, la filosofía insiste en lo ineficiente: detenerse. Preguntar. Dudar. Mirar donde nadie está mirando. Porque lo que está en juego no es sólo la verdad, sino la posibilidad misma de existir fuera del espectáculo.
Lic. Marcelo J. Silvera
Bibliografía y material para ampliar:
Baudrillard, J. (1990). La transparencia del mal.
Barcelona: Anagrama.
Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo.
París: Buchet-Chastel.
Han, B.-C. (2014). Psicopolítica. Barcelona:
Herder.
Postman, N. (1985). Divertirse hasta morir.
Madrid: Ediciones B.
Gramsci, A. (1971). Cuadernos de la cárcel.
Buenos Aires: Nueva Visión.