De la fuerza bruta a la fragilidad digital
En una conversación cotidiana, mi coautora en la vida me dijo: “Yo no soy bruta, las cosas están mal hechas”. Esta afirmación, aparentemente simple, encierra una profunda verdad sobre la evolución tecnológica y su impacto en nuestra vida cotidiana. ¿Qué nos diferencia de los “usuarios tipo” de las tecnologías actuales? ¿Es la tecnología más frágil o nosotros más fuertes? ¿O tal vez, la realidad es una combinación de ambos factores?
Los nacidos en la década de 1970 somos una generación que golpeaba el televisor para que funcionara, ahora los smartTV se rompen si los mirás fijamente. Esta imagen es emblemática de una época en la que las soluciones a los problemas tecnológicos eran directas y físicas. Golpear el televisor no solo era una acción, sino un ritual que simbolizaba nuestra capacidad de intervenir y corregir lo que estaba mal. Sin embargo, los dispositivos actuales, tan avanzados y complejos, parecen carecer de esa robustez tangible. La relación entre usuario y tecnología se ha vuelto más distante y menos física, lo que podría interpretarse como una metáfora de nuestra desconexión con la materialidad del mundo; irónico, ya que cuanto más capitalista es la sociedad, cuanto más materialista se vuelve la forma de vida, deja de ser fundamental la materialidad.
Los autos de nuestra generación eran de chapa real y su fortaleza tal que un choque leve no hacía mella. Los vehículos de ahora están construidos con un material que se abolla si cae granizo. Esta transformación en la construcción automotriz refleja un cambio en los valores y prioridades de nuestra sociedad. La durabilidad y la resistencia han sido reemplazadas por la temporalidad y la estética. Esta evolución no solo afecta a la percepción de los objetos, sino también a nuestra interacción con ellos. En un mundo donde la obsolescencia programada es la norma, nuestra relación con los objetos se torna efímera y desechable.
Teníamos los primeros celulares, grandes, robustos e irrompibles. Hoy se les fragmentan las pantallas al mínimo golpe. En esta diferencia se encapsula la evolución tecnológica y nos invita a reflexionar sobre cómo hemos transitado de un mundo de durabilidad tangible a uno de fragilidad digital, la técnica fabricaba cosas para durar (desde platos hasta celulares) hoy la tecnología es desechable. Esta transición a dispositivos más elegantes y delgados ha traído consigo una vulnerabilidad inesperada (aunque planificada). Las pantallas táctiles, tan esenciales en la funcionalidad de los teléfonos modernos, son también su punto débil. La estética y la funcionalidad han superado a la durabilidad, creando una paradoja donde la tecnología avanzada es, en muchos aspectos, más frágil que sus predecesores.
Aprendimos a andar en bicicleta y patineta cayéndonos. La generación de cristal se frustra si el wifi anda lento. Esta comparación entre generaciones destaca un cambio en la forma en que enfrentamos y superamos los desafíos. La metáfora de la “generación de cristal” se aplica a los -30 contemporáneos, portadores de una fragilidad emocional y una incapacidad para lidiar con la adversidad. Sin embargo, esta caracterización puede ser injusta, ya que cada generación enfrenta sus propios desafíos en contextos distintos. La frustración ante un wifi lento puede ser vista como una manifestación de una dependencia tecnológica que nosotros mismos hemos fomentado.
Crecimos en las sociedades de fomento y clubes de barrio, donde hacíamos fútbol, básquet, Taekwondo. Ahora hay campeonatos de e-sports. Ah, la nostalgia de las sociedades de fomento y los clubes de barrio, esos templos de la interacción humana directa, donde el sudor y la camaradería forjaban nuestro carácter. Hoy, los campeonatos de e-sports reinan, donde los pulgares se ejercitan más que los músculos y las victorias se miden en píxeles. ¡Qué ironía! Nos lamentamos de la generación que se frustra por un wifi lento, mientras nosotros lloramos la pérdida del choque físico, del golpe tangible. Parece que la fuerza bruta ha sido reemplazada por la destreza digital, y en ese cambio, hemos perdido un poco de nuestra humanidad corpórea.
El mundo actual es demasiado frágil y nosotros tenemos fuerza bruta. En esta afirmación podríamos encapsular la tensión entre la solidez del pasado y la delicadeza del presente. Sin embargo, aunque cuanto más grandes nos volvemos más conservadores parecemos, esta dicotomía puede ser demasiado simplista. La fragilidad del mundo actual no es solo una consecuencia de la tecnología moderna, sino también un reflejo de los cambios en nuestras expectativas y valores. La fuerza bruta de nuestra generación, celebrada como una virtud, podría también interpretarse como una resistencia al cambio y a la adaptación.
En este contexto, resulta pertinente recordar las palabras de Heráclito: ”Nada es permanente, excepto el cambio”. La evolución tecnológica es inevitable y con ella, nuestras formas de interactuar y entender el mundo. La clave está en encontrar un equilibrio entre la nostalgia por la solidez del pasado y la aceptación de la fragilidad del presente. En última instancia, la fuerza verdadera reside no solo en la resistencia física, sino también en la capacidad de adaptarse y evolucionar en un mundo en constante cambio.
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