👁 La exhibición como poder: del panóptico al algoritmo villano
“Donde hay poder, hay
vigilancia.”
— Michel Foucault, Vigilar y castigar (1975)
No estamos siendo observados: estamos siendo producidos por la mirada. En la sociedad de la vigilancia algorítmica, la exposición ya no es una consecuencia: es una exigencia. Hemos pasado del panóptico carcelario de Foucault al panóptico invertido del siglo XXI: no tememos ser vistos, sino que buscamos activamente esa visibilidad, incluso a costa de nuestra intimidad, de nuestra ética o de nuestra legalidad. Vivimos -y nos mostramos- bajo la égida del ojo que no parpadea.
La metamorfosis del panóptico
El modelo del panóptico foucaultiano describía un dispositivo disciplinario: una arquitectura del control en la que el sujeto, sabiendo que podía ser observado, se volvía dócil. Esta estrategia de auto-vigilancia funcionaba por la anticipación del castigo. Pero algo ha cambiado radicalmente: hoy ya no hay castigo. O, mejor dicho, el castigo ha sido absorbido por el espectáculo.
La vigilancia ya no se basa en el temor, sino en la promesa de pertenencia. El algoritmo no impone: seduce. No vigila como policía, sino como community manager. Y nosotros, con la ansiedad de pertenecer, aceptamos el contrato sin leerlo. Subimos nuestras coordenadas, compartimos nuestras rutinas, autorizamos el micrófono, enseñamos nuestras relaciones. Como quien canta para ser notado en una celda sin ventanas, entregamos cada parte de nuestra subjetividad a cambio de una mínima validación.
Vidensomnia: la vigilia infinita
En este contexto propongo el término vidensomnia para nombrar el estado contemporáneo de vigilia perpetua. Ya no dormimos porque ya no confiamos en el anonimato. Cada gesto puede ser escaneado. Cada error, capturado. Cada opinión, archivada.
El cuerpo ha sido convertido en dato. El desplazamiento físico, en estadística. La conversación íntima, en publicidad programática. Incluso los actos cotidianos -como pagar el transporte, el estacionamiento, o activar una aplicación de seguridad- son formas de localización sistemática. Y todo esto no opera como coerción visible, sino como funcionalidad asumida.
Del control a la escenificación del crimen
Aquí se vuelve pertinente una observación crucial: la vigilancia ya no disuade. Abundan las cámaras, pero también abundan los delitos. Lo interesante es que el crimen ha dejado de ocultarse. Ahora se exhibe. Los delincuentes no temen a la visibilidad: la desean.
Como los villanos de Ciudad Gótica se disfrazan para que los publique el Gotham Gazette, los nuevos “malos” del siglo XXI suben historias con sus botines, posan con armas, lanzan amenazas en reels y TikToks, y agradecen los comentarios, incluso desde la celda. La prisión simbólica ha sido hackeada por el influencer armado. La vigilancia, degradada a contenido. El algoritmo, programado para monetizar el delito como si fuera entretenimiento.
Esto no es sólo perversión estética: es una mutación estructural del poder. El castigo se volvió viral. Y la lógica de la red permite que lo obsceno no sea lo que se oculta, sino lo que ya no puede dejar de mostrarse (Baudrillard, 1990).
Filosofía como acto de disidencia
Frente a este régimen de vigilancia extimizada (Lacan), la filosofía no tiene nada que ofrecer… salvo su inutilidad radical. Y esa inutilidad es, precisamente, su potencia. No busca rendir, ni gustar, ni ser vista. No ofrece clics. Ofrece preguntas.
Pensar en la era de la vidensomnia es un acto de desacato. Es negarse a ser captado, archivado, indexado. Es, incluso, dejar de mostrarse cuando todo nos exige mostrarnos. Por eso el pensamiento filosófico no es espectáculo. Es resistencia. Es la penumbra necesaria en un mundo que se ha vuelto obscenamente visible.
Bibliografía y material para ampliar:
Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. París: Buchet-Chastel.
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Madrid: Siglo XXI.
Han, B.-C. (2017). Psicopolítica. Barcelona: Herder.
Lacan, J. (1973). El seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
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