🧎♂️ Servilismo afectivo y deseo de aprobación: filosofía en tiempos de sumisión performativa
“La paradoja del servilismo no
radica en la humillación,
sino en la complicidad afectiva con quien humilla”.
M. J. Silvera, La paradoja del servilismo (2024)
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Hace exactamente un año publiqué un artículo en mi web. Ese texto fue el más visitado y buscado en el lapso de estos 365 días; esa situación me puso a reflexionar, y creo necesario revisitarlo y pensarlo nuevamente en este contexto socio-económico mundial. El incremento en el tráfico de mi sitio en las últimas semanas no se explica por azar. Se explica por una búsqueda masiva y obsesiva de una pregunta en Google: ¿Qué es el síndrome de Stephen Candie? Más clics únicos en un solo artículo que en todo el resto de mis artículos, y potenciados en el último mes nos revelan algo profundo: las personas no solo leen lo que les interesa, sino lo que las interpela existencialmente. Ese texto que escribí, que mezcla la crítica filosófica con la metáfora cinematográfica de Django Unchained, tocó una herida: la herida de la obediencia voluntaria. Hoy nos sumergiremos en ella.
El servilismo como forma de afecto social
El concepto de servidumbre voluntaria fue propuesto por Étienne de La Boétie en el siglo XVI, pero hoy adquiere una nueva dimensión. Ya no se trata solo de obedecer al tirano por miedo, sino de amarlo, justificarlo, desear su validación. No basta con someterse: hay que sonreír mientras se lo hace.
Este fenómeno que llamamos servilismo afectivo se presenta en múltiples planos: en la sumisión laboral, en las redes sociales, en los vínculos personales, en la política. Se obedece al patrón, al algoritmo, al discurso dominante, no porque se lo crea justo, sino porque se necesita su mirada para existir. Es el síndrome de Stephen Candie: ese gesto del servidor que se ríe del chiste del amo, incluso cuando es su propia dignidad la que está en juego.
Lo más inquietante es que este tipo de sometimiento no necesita látigo: se ejerce desde el deseo de pertenencia. El amo ya no castiga. El amo premia. Y el siervo, a cambio, entrega su tiempo, su autonomía, su pensamiento… y su afecto.
Humillación normalizada, sistema recompensado
Vivimos en una estructura de poder donde la desigualdad ya no se justifica como tragedia inevitable, sino como mérito de unos e insuficiencia de otros. Las víctimas de la exclusión son convencidas de que si no prosperan es porque no se esfuerzan lo suficiente (y por ende, no lo merecen). Esa es la perversión ideológica más eficaz del neoliberalismo tardío: transformar la precariedad en culpa personal.
La precarización no es solo económica: es simbólica. Implica callar para no incomodar, aceptar condiciones injustas “con buena onda”, resignarse con gratitud. Desde las empresas que te llaman “colaborador” mientras te explotan, hasta el discurso de influencers de autoayuda que te enseñan a “adaptarte a lo que no podés cambiar”, todo el sistema te entrena para servir sin ruido.
Y así, sin darnos cuenta, nos convertimos en custodios voluntarios del orden que nos oprime. Defendemos a quienes nos explotan. Y lo hacemos con una sonrisa.
Argentina, 2024: la desobediencia penalizada
Esta realidad no es ajena al escenario político argentino. En un país donde el discurso oficial ridiculiza lo colectivo y enaltece el mérito individual, la docilidad se vuelve virtud pública. La figura del “rebelde” es criminalizada, la del “crítico” es ridiculizada, la del “pensador” es cancelada. Mientras tanto, se premia al obediente, al que repite slogans, al que hace silencio mientras despiden a sus compañeros o vacían sus derechos.
La figura del trabajador con conciencia crítica es reemplazada por el “emprendedor”, dispuesto a servirse a sí mismo como producto. Y cuando todo es mercancía, también lo es la dignidad.
Frente a este contexto, la filosofía no ofrece consuelo. Ofrece ruptura. La tarea del pensamiento crítico no es acompañar el orden, sino desarmarlo. Pensar es desmontar los mecanismos que nos hacen repetir, justificar y someter.
El servilismo afectivo se reproduce en el silencio. Por eso, nombrarlo ya es una forma de insubordinación. Pensar sobre él es un acto de libertad. Y señalarlo, aunque moleste, es éticamente necesario.
Como escribió Albert Camus (1942) en El hombre rebelde:
“El hombre
rebelde dice no.
Pero si niega, no renuncia:
también dice sí a algo más
grande”.
Ese “algo más grande” es la posibilidad de vivir sin arrodillarse, sin necesitar la mirada del amo para saber quiénes somos.
Algo se está rompiendo
Que el artículo más leído del último año haya sido La paradoja del servilismo no es un dato de tráfico: es una señal filosófica. Algo se está rompiendo. Algo está buscando ser dicho. Y mientras la mayoría prefiere entretenerse, adornarse o adaptarse, nosotros elegimos pensar. Porque pensar, aunque duela, es resistir desde la verdad.
Bibliografía y material para ampliar:
Camus, A.
(1942). El hombre rebelde. Buenos Aires: Losada.
De La Boétie, E. (1576). Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Madrid:
Tecnos.
Han, B.-C. (2014). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
Silvera, M. J. (2024). La paradoja del servilismo. Recuperado de: https://www.marcelojsilvera.com.ar/2024/06/la-paradoja-del-servilismo.html
Sloterdijk, P. (2000). Crítica de la razón cínica. Madrid: Siruela.
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