Cuerpos en venta: estética digital, hiperrealidad y la performatividad del yo
“Disimular es fingir no tener lo que se tiene.
Simular es fingir tener lo que no se tiene.
Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia.
Pero la cuestión es más complicada,
puesto que simular no es fingir:
«Aquel que finge una enfermedad puede
sencillamente meterse en cama y hacer creer que está enfermo.
Aquel que simula una enfermedad
aparenta tener algunos síntomas de ella» (Littré)”.
— Jean Baudrillard, Cultura y simulacro
Desde hace tiempo, en las redes sociales se nos exige más que vivir: se nos exige mostrar. Pero lo que se muestra rara vez es lo que se vive. En ese hiato nace la hiperrealidad. El concepto, desarrollado por Baudrillard, designa una realidad adulterada, que no imita lo real, sino que lo reemplaza. Una vida editada. Un cuerpo maquillado por píxeles. Una subjetividad performática que se vuelve más creíble que el yo encarnado.
Las plataformas no promueven la verdad: promueven la verosimilitud. Lo que se impone no es lo auténtico, sino lo que rinde. Por eso, los cuerpos que triunfan en la pantalla no son cuerpos: son simulacros.
Las generaciones más jóvenes (y demasiados viejos) ya no se reconocen en el espejo sin filtro. Nos hemos acostumbrado a vernos como versión mejorada, iluminada, estilizada, estirada. Pero ¿quién es ese yo que habita las redes? Si la cara que muestro no es mi cara, si mi cuerpo no es mi cuerpo, si la personalidad que interpreto no me pertenece… ¿quién es ese otro yo?
¿Y qué ocurre cuando ese otro yo nos encuentra en la calle?
Hay algo perversamente poético en que la mayor tecnología de reconocimiento facial de la historia… no nos reconozca.
Y esto va más allá de lo estético. Tiene implicancias políticas y éticas. En la era de la imagen, el cuerpo femenino volvió a exponerse como mercancía. La erotización constante, la sensualidad impostada, la construcción de identidades hipersexualizadas como “marca personal” nos devuelven, maquillados de empoderamiento, a los mismos escaparates patriarcales de los ‘90.
¿Es esto una liberación o el reciclaje digital del viejo machismo? ¿No será que lo que parece libre es en realidad lo más colonizado?
Judith Butler ya lo advertía: el cuerpo es territorio de disputa, y toda identidad es una performance. Pero cuando esa performance es vigilada, monetizada y validada por algoritmos, el sujeto se convierte en mercancía de sí mismo.
Hemos pasado de tener un cuerpo a producir uno. De vivir una vida a editarla. De ser alguien a verse como alguien.
Frente a la hiperrealidad, la filosofía no propone moralismos. Propone interrupciones. Nos invita a desactivar los reflejos automáticos, a mirar más allá del filtro, a recuperar el derecho a ser opacos, torpes, ambiguas, reales.
Mostrar el cuerpo no es el problema. El problema
es no poder dejar de mostrarlo.
El problema es que si no nos vemos, dejamos de existir.
Bibliografía y material para ampliar
Baudrillard, J. (1981). Cultura y simulacro. Kairós.
Butler, J. (1990). El género en disputa. Paidós.
Han, B.-C. (2012). La sociedad de la transparencia. Herder.
Illouz, E. (2019). Las emociones capitalistas. Katz.
Dussel, E. (2013). Filosofía de la liberación. Siglo XXI.
Preciado, P. B. (2018). Un apartamento en Urano. Anagrama.
0 comentarios