Tiempo es todo lo que tenemos
El tiempo, ese recurso efímero e inaprensible, es lo único que verdaderamente poseemos. Es la esencia de nuestra existencia, el marco dentro del cual se despliega nuestra vida. No obstante, en una sociedad que valora la inmediatez y la productividad, a menudo subestimamos la importancia de ser organizados y de respetar el tiempo del prójimo. Esta falta de respeto se manifiesta en la impuntualidad, una actitud que no solo afecta la eficiencia, sino que también revela una falta de consideración hacia los demás.
Martin Heidegger, en su obra Ser y tiempo (1927 [1993])1, nos recuerda que en el concepto vulgar de tiempo el Dasein2 el ser humano no tiene un tiempo, el ser humano es tiempo. Esta afirmación subraya la inseparabilidad entre nuestra existencia y el tiempo. Cuando somos impuntuales, no solo estamos desperdiciando un recurso valioso; estamos, de alguna manera, afectando la esencia misma de quienes nos rodean (y a su vez a quienes rodean a quienes nos rodean, y así sucesivamente, generando una reacción en cadena que difícilmente es apreciada desde el egocentrismo del impuntual que se justifica y autoconvence de ser “una persona ocupada”). La impuntualidad es una forma de desdén hacia la vida del otro, un desprecio por ese fragmento de existencia que le robamos con nuestra tardanza.
Virgilio, el poeta latino, dejó en sus Geórgicas la frase: Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus3. Esta cita resalta que el tiempo es el bien más precioso que poseemos, uno que debemos atesorar y respetar, que escapa a nosotros como la arena del reloj. Tal vez seamos el reloj de arena. La puntualidad, entonces, no es solo una cuestión de cortesía, de respeto, sino de justicia. Al llegar a tiempo, demostramos que valoramos no solo nuestro tiempo, sino también el de los demás. Respetar el tiempo ajeno es una muestra de empatía y de respeto por la vida del otro.
El tiempo es el único criterio verdadero para medir la distancia entre los espíritus. La puntualidad, por lo tanto, puede ser vista como un puente que acorta la distancia entre las personas. Cuando somos puntuales, mostramos que apreciamos y valoramos la presencia del otro. La impuntualidad, en contraste, crea distancias y genera tensiones, erosionando las relaciones y la confianza.
En una era donde la tecnología nos permite sincronizar nuestras agendas con una precisión milimétrica, la impuntualidad sigue siendo una plaga. Tal vez sea una manifestación de un egoísmo inconsciente, un síntoma de una sociedad que glorifica el “yo” a expensas del “nosotros”. Como en una novela de Kafka, donde los personajes están atrapados en absurdos burocráticos, las excusas por la impuntualidad se vuelven laberintos de justificaciones que enmascaran una falta de responsabilidad y respeto.
El tiempo es todo lo que tenemos y debemos respetarlo y hacerlo respetar. La puntualidad es una virtud que demuestra nuestra comprensión de la finitud de la vida y nuestra consideración hacia los demás. Ser puntuales es reconocer que el tiempo de los otros es tan valioso como el nuestro. Al hacerlo, no solo respetamos sus agendas, sino también sus vidas, sus proyectos, sus sueños. La impuntualidad, por otro lado, es una forma de violencia simbólica que destruye estos espacios de respeto y consideración.
Respetar el tiempo es respetar la vida misma. La puntualidad no es una mera formalidad, sino una expresión de nuestra humanidad y de nuestro respeto por la humanidad del otro. Hagamos del respeto por el tiempo una práctica cotidiana. Solo así podremos construir una sociedad más justa y empática, donde cada instante sea valorado y respetado como el tesoro que es.
1 Heidegger, M. (1993) El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica
2 Podría ser traducido como “ser-ahí” es una categoría ontológica que describe la existencia humana de manera integral, enfatizando su relación con el mundo, su capacidad de reflexión y su temporalidad.
3Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo
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