![]() |
| Ilustración: Coqui Podestá |
“Al monte lo cubre un manto
de cenizas y tristeza,
y por las playas del mundo
ya no hay castillos de arena”
Ismael Serrano, Un pedacito de tierra (2023)
El 1º de agosto, Día de la Pachamama, es mucho más que una fecha ceremonial o un gesto pintoresco para las redes sociales. Es una invocación ontológica, una praxis filosófica y ética que interpela de raíz el ethos moderno-colonial. Porque allí donde la modernidad impuso el dominio técnico sobre la physis, los pueblos andinos han sostenido -contra siglos de epistemicidio- una concepción del mundo basada en la reciprocidad, el relacionalismo y la complementariedad.
La Pachamama no es “naturaleza” entendida como recurso; es mater et matrix, madre y matriz de la vida. En la cosmovisión andina, todo está interconectado: lo visible y lo invisible, lo humano y lo no humano, lo vivo y lo aparentemente inerte. Así, el principio de reciprocidad -base de la lógica andina, distinta de la lógica binaria aristotélica- opera transversalmente: en el trabajo comunitario (ayni), en el comercio, en la familia, en lo ecológico, en lo espiritual. Como señala la filósofa Silvia Rivera Cusicanqui, “no hay acción sin retorno; no hay don sin contra-don”.
Pero claro, en la lógica neoliberal nihil admirari (nada debe admirarse): ni la tierra, ni el cielo, ni las deidades ancestrales. La Pachamama ha sido convertida en inmobiliaria, y sus hijos en consumidores desarraigados. Nos instan a beber siete sorbos de caña con ruda -como si el ritual bastara para redimirnos-, pero siete sorbos de caña con ruda no van a eliminar las malas decisiones en el cuarto oscuro. ¿Qué sentido tiene ofrendarle una vez al año si los 364 días restantes cooperamos, gustosos, con un sistema que arrasa su cuerpo?
La Abya Yala -como llaman los pueblos originarios al continente antes de la conquista, y que en lengua kuna significa “tierra en plena madurez” o “tierra viva”- no es solo territorio: es comunidad existencial. Pensarnos como habitantes de la Abya Yala implica renunciar a la fantasía del homo economicus ilustrado, y reconocer que somos parte de una red de vínculos, de deudas simbólicas, de afectos y cuidados.
El capitalismo, con su compulsión a la acumulación (acumulare ad infinitum), ha convertido el mundo en una feria de desechos. Como escribió Galeano en Memorias del fuego (1984): “Se enoja la tierra, la madre tierra, la Pachamama, si alguien bebe sin convidarla”. Y cada día bebemos, comemos, explotamos, excavamos y contaminamos sin convidarle. La tierra se enoja, y tiene razones de sobra. No habrá cambios en el cuidado del planeta si no hay cambios en el sistema capitalista.
El ritual es importante, sí, pero su potencia no está en la superstición sino en la disposición a reconfigurar nuestra relación con el cosmos. El saludo a la Pachamama no puede ser una postal; debe ser un acto político, un compromiso vital.
Porque -conviene recordarlo- de nada sirve hacer una ofrenda un día al año, si los restantes cooperamos con un sistema que destruye la naturaleza.
Hoy, en el Día de la Pachamama, quizá el primer paso no sea arrojar la caña al suelo, sino dejar de escupirle misiles.
Kusiya kusiya, Pachamama. Ayúdanos a volver a pensar con tus ritmos.
Referencias y material para ampliar
Serrano, I. (2023). Un pedacito de tierra. En La canción de nuestra vida [Álbum].
Galeano, E. (1984). Memorias del fuego II: Las caras y las máscaras. Siglo XXI.
Rivera Cusicanqui, S. (2010). Ch’ixinakax utxiwa: Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Tinta Limón.
Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En Epistemología del sur.
Dussel, E. (1994). El encubrimiento del otro: Hacia el origen del mito de la modernidad. Ediciones Nueva Utopía.


0 comentarios