Sobre la ética y la moral del necroliberalismo

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La cuestión de la vida y la muerte no es una discusión contemporánea; más bien se trata de una de carácter histórica. Desde los primeros sistemas penales conocidos, como la Ley del Talión, hasta las modernas legislaciones de aquellos países que conservan vigente la pena de muerte, permanece la ancestral dinámica de la venganza como respuesta a la ofensa o perjuicio recibidos. En nombre de la justicia, se justifica la administración de la venganza.
Para las sociedades cristianas la decisión sobre la vida y la muerte no es injerencia de los humanos. Sin embargo, basta con recorrer las publicaciones de los últimos días, tras el caso del jubilado que asesinó a un ladrón en la localidad bonaerense de Quilmes, para corroborar que incluso muchos que se dicen cristianos apoyan la justicia por manos propias.
La doble moral que se observa en las declaraciones públicas, (adoptan el carácter de públicas toda vez que son expresadas en medios de comunicación abiertos, tal como las redes sociales), exponen un doctor Jekyll que comparte estampitas virtuales de bienaventuranzas, pero ante la situación propicia aflora su señor Hyde que alaba el asesinato y lo justifica.
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio” (Mateo 5:21). Y la palabra clave es “cualquiera”, no solamente los delincuentes que ingresan a robar sino también los delincuentes que estando dentro del hogar al que roban cometen asesinato. Asesinar es delinquir, por tal está subordinado a las leyes que rigen el convenio colectivo llamado Estado. Asumir el libre albedrío es responsabilizarse por las acciones, y someterse a las consecuencias de tales.
El aborto se convierte en un pecado a los ojos de los mismos que fomentan el asesinato de otros seres humanos. ¿Qué tan lejos está esta postura de la cría de animales para la caza deportiva? En el trasfondo de estos pensamientos pareciera estar la ecuación: Lo dejemos crecer, si se convierte en ingeniero vive, si lo hace en delincuente podremos matarlo. Es durísima la frase expuesta como tal, pero en la esencia es eso y no mucho más, lo durísimo es pensarlo y no asumirlo.
Como sociedad no debería justificarse el asesinato bajo ningún concepto. Sin embargo, se justifica en muchas ocasiones. Se justifica en las guerras, donde matar al otro está permitido y aceptado; se justifica en la pena de muerte (tan pedida en nuestro país) donde el Estado se atribuye el poder de decisión sobre la vida del otro; se justifica en la justicia por mano propia. Lo que está en debate entonces no es el valor de la vida, sino el valor del ser humano, quién vale más que otros; el filósofo camerunés Achille Mbembe sostiene que “esta lógica de sacrificio siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con la idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados”, dejan de tener el rango de ser humano, son otra cosa, otra estirpe, otra raza, así como para el nazismo lo fue el pueblo judío.
Está claro (y si no lo estuviera así quisiera dejarlo) que no justifico tampoco el accionar de la delincuencia, pero estar en contra de la violencia implica estar en contra de toda violencia. Es una cuestión ética y moral, dos conceptos devaluados en estos tiempos.


Marcelo J. Silvera


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