¿Por qué los emprendimientos de jóvenes crecen más rápido?

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La cultura como problemática de la cultura. Una autocrítica que a nadie le importa y una propuesta que nadie tomará.

En una capacitación que realicé recientemente en la Universidad Nacional de Córdoba, junto a la gente de Nadie es Cool (https://nadieescool.com), se me presentó la punta de este ovillo que intento desenredar. La pregunta que titula este artículo es algo que encierra en sí mismo la respuesta.

El 99% de los participantes de la capacitación mencionada son jóvenes. La temática fue el “Periodismo cultural contemporáneo y gestión de medios independientes”. Ningún “viejo” comunicador en actividad. Nadie de más de 30 años. Esta es una constante en los cursos, jornadas, seminarios, capacitaciones y encuentros de comunicación; los “grandes” no asisten. Las razones las desconozco, puedo ensayar un montón de juicios personales sobre ello, pero evitaré hacerlo.

En un momento de interesantísimo intercambio de opiniones, uno de los docentes remarca que es necesaria la creación de un ecosistema cultural ¿Qué es esto? Una comunidad que funcione como ese experimento de la planta en la botella. Inmediatamente me vino a la memoria la imagen de David Latimer, quien plantó en 1960 su mini jardín en una botella gigante y la regó por última vez en 1972, antes de sellarla herméticamente.

También recordé algunas experiencias culturales y comunicacionales, personales y de otras personas. En milésimas de segundos mi mente estaba llena de imágenes y posturas. Mientras, las respuestas de mis compañeros y compañeras eran indudables: eso ya funciona así. El ecosistema es una normalidad en los jóvenes. Y ahí está el spoiler de este artículo.

Los “adultos” vivimos en frascos. Unipersonales. Los jóvenes en ecosistemas. Sociales. Cuando un poeta “adulto” publica un libro, (¿la mayoría de?) otros poetas no hacen difusión de esa obra (tampoco ensayaré juicios personales sobre esto). Cuando una pintora “adulta” inaugura una muestra, otras artistas no lo difunden. Cuando un gestor cultural “adulto” organiza una actividad, los otros no convocan a sus públicos. Y así la lista puede seguir con una gran cantidad de actividades. Lo mismo sucede con los emprendimientos no culturales ni comunicacionales. Y no tiene que ver con el gusto, me atrevo a sostener, que ya sería una cuestión de las instituciones, porque como dice Hito Steyerl en un pie de página de Los condenados de la pantalla, (me confieso lector detallista de pies de páginas, en ocasiones son muy interesantes comentarios), el gusto es cuestión del patrimonio[1]: “(Hanna) Arendt podría estar equivocada en lo que al gusto se refiere. El gusto no tiene que ser necesariamente común, tal y como argumentó siguiendo a (Immanuel) Kant. En este contexto, tiene que ver con la producción del consenso y de la reputación y de otras discretas maquinaciones que -ups- se metamorfosean en bibliografías de historia del arte. Seamos sinceros: la política del gusto no tiene que ver con lo colectivo, sino con el coleccionista. No es asunto del bien común sino del patrón. No es cosa a compartir sino a patrocinar” (p.102). Quien no apoya no es por tener intereses creados, sino por no crear interés.

En las juventudes la cultura de compartir es parte. Compartir en las pantallas, con un clic, pero también compartir en la presencialidad, contar, comentar, recomendar. Despojados del egocentrismo “adulto”. No importa si hace lo mismo que yo, sino que lo importante es que se haga, y cuanto más se haga mejor. Las bandas indies son un ejemplo de esto, desde hace tiempo organizan fechas invitando a otras bandas, no tratando de llenar solos un recinto. Nadie se salva solo, las juventudes lo saben. Entonces, la problemática de la cultura es la cultura (de los grandes).

¿Cómo cambiar el paradigma cultural? Las juventudes tienen las respuestas. Lo primero a eliminar debería ser el egocentrismo. Imaginemos un grupo de artistas, gestores culturales, comunicadores. Un grupo no como acumulación de gentes, sino con conciencia grupal. Todos amigos (ponele[2]). Serán 100 a los fines experimentales de la creación de este ecosistema. Y tendrán número en lugar de nombres para que la hermana del egocentrismo, la susceptibilidad, no influya:

1 edita un libro, de 2 a 100 compran un ejemplar, pero además comparten con sus círculos externos a éste. Luego, 2 realiza un recital, el resto se comporta igual, comprando entradas y difundiendo. Y así cada uno. Se ha formado un ecosistema. Es posible el sostenimiento de cada uno, pero además crecieron al llegar a públicos a los que no llegaba anteriormente. Es una utopía, lo sé. Pero lo es para los “adultos”, no para las juventudes, así es como sostienen sus emprendimientos, hagan aros para vender o un podcast, lo que fuere. La clave es compartir.

Al igual que el COVID-19, la ampliación de las redes se da en la actualidad por los contactos estrechos. Si tuviéramos el poder de expansión de Coronavirus, los ecosistemas culturales serían rápidamente amplios, bien difundidos, de impacto.



[1] Patrimonio como concepción del capital.

[2] Expresión coloquial. En Argentina: forma irónica de declarar que lo dicho no es cierto en su totalidad.



Marcelo J. Silvera


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