Ya nadie va al Cielo (estamos todos condenados)
Ya nadie va al
Cielo
Estamos todos
condenados
Marcelo J. Silvera
@MarceloJSilvera
Es una afirmación dura. Sin siquiera leer de qué se trata ya tomas partido, ya piensas la respuesta, la sostienes, la enfatizas y la defiendes. Ya me odias. O no. Pongamos el escenario: cuando se define el ingreso al Infierno o al Cielo, ya nadie ingresa a este último. Estamos condenados de antemano. No importa lo que hagas, lo harás mal.
José Ortega y Gasset, el filósofo español, solía utilizar hipérboles para llamar la atención del público. Es en Meditaciones del Quijote, donde escribe en el Prólogo titulado «Lector» su famosa expresión: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Y la circunstancia obliga a prestar atención ¿Cómo me salvo si no conozco mi circunstancia?
La hipérbole que titula este texto no es tal, o sí, pero la cuestión es que es posible, y es la circunstancia que nos atraviesa. Es un interesante ejercicio para pensar(nos). Este texto nace de ver Netflix. La cosa es así: En la serie The Good Place -El Buen Lugar- se platea en plan humorístico la vida después de la vida. Sin spoilear (mucho), existen 2 Lugares en el más allá, el Buen Lugar y el Mal Lugar; al primero irán todos los que merecen lo que definimos como el Cielo y al segundo los que se ganaron la eternidad en el Infierno. A lo largo de nuestras vidas se contabilizan los puntos que ganamos o perdemos con nuestras acciones, como un videojuego. Por ejemplo, ayudar a un anciano a cruzar la calle +100 puntos; fingir estar dormido en un transporte público para no ceder el asiento -200 puntos. La trama da un giro cuando un “arquitecto” (quienes construyen, crean y cuidan cada “barrio” que hay en los Lugares) define que hubo un error y que un grupo de almas que llegaron al Mal Lugar merecían el Buen Lugar. Entonces encuentra una falla en el sistema, nadie fue al Cielo en los últimos 500 años.
¡Eso es imposible, en los últimos 500 años tuvimos al menos a la madre Teresa de Calcuta! Dirá con mucho tino, sobre todo quien es creyente, pero sigamos pensando en base a esta ficción. Pongamos una acción que sumaría puntos, vas a comprar tomates. No carne, para no fomentar el maltrato animal, es más apoyas el vegetarianismo. Decides almorzar solamente un tomate, y llevar adelante un consumo ético, ecológico y social. ¿+100 puntos? Pero al comprar ese tomate, apoyas el uso de agroquímicos, fomentas la explotación infantil, y el camión en que trasladaron al tomate desde el Mercado hasta la verdulería de tu barrio emitió dióxido de carbono y dejó su huella en la capa de Ozono, y el empleado del Mercado es un trabajador precarizado, y el dueño de la verdulería evade impuestos… -4000 puntos. Game Over. “La vida actual es tan complicada que es imposible que alguien sea bueno como para ir al Buen Lugar”, sostiene el protagonista de la serie, “la humanidad cree que elige una cosa y está tomando decenas de decisiones que ni siquiera conocen”.
Si has visto la serie sabrás que mi personaje favorito es Chidi, terminaré la frase que no pudo pronunciar en esa escena que invoco: Jean-Paul Sartre escribió “estamos condenados a ser libres”. Esta sentencia es la circunstancia, es la consecuencia del libre albedrío, el poder elegir es también saber que hay efectos colaterales en las elecciones. Es angustia pura, la angustia de la toma de conciencia de que carecemos de parámetros para orientar nuestras acciones. Sartre nos dice que estamos solos, la otra cara de ese desamparo es la ilimitada capacidad para la acción. Elisa Goyenechea dice en un artículo que “si no contamos con valores ni estándares objetivos, la fuente de la acción es la pura arbitrariedad. Cada acción es un salto al vacío, cada decisión es una invención. La náusea no es otra cosa que el malestar en las entrañas (existenciales) que sentimos al percatarnos de que la libertad es una condena”[1], condenados a ser libres.
Los ejemplos pueden ser infinitos, y le invito a pensar en cada acción que realizas, en cada impacto que tiene, en todo lo que está detrás. ¡Yo no puedo ser responsable por todo eso! Pero lo somos, por acción u omisión. La ética y la moral no parecen tener importancia en esta realidad, y el no pensar las opciones desde ellas nos conduce al Mal Lugar. Podemos convenir que la cuestión de puntajes planteada está mal, pero no podemos entregarnos a la derrota anticipada.
San Agustín sostiene que el origen del mal es el incorrecto uso de la libertad, cuando nos dejamos llevar por bajas pasiones, no es culpa de Dios, sino producto de la limitación humana. El ser humano es el sujeto de la Historia y de la sociedad. Cuando utiliza bien su libertad, es decir acepta su responsabilidad, personal, social e histórica, se perfecciona, se acerca a la virtud y a la felicidad; cuando se deja llevar de sus bajas pasiones, tendencia derivada del pecado original, cae en la infelicidad, estos temas éticos y políticos, quedan perfectamente diseñadas en su obra cumbre, La Ciudad de Dios; en ella San Agustín no sólo construye una nueva Utopía o sociedad ideal perfecta, sino que esboza la primera Filosofía de la Historia, que tiene como sujeto responsable de la misma al ser humano. Si la sociedad se pareciera más a esa ciudad de San Agustín, el tren a El Buen Lugar estaría presto en la estación. “La verdadera libertad consiste en la alegría del bien obrar, y es también piadosa servidumbre por la obediencia a la ley” dice (Enchiridion 30,9).
La academia, el academicismo, el academicista endogámico, detesta que se hable de filosofía en espacios populares. Pone “me enoja” a la publicación. Defenestra. Desvaloriza. Prohíbe la voz y la letra de los no academicistas. Desea la permanencia de su círculo cerrado inmutable. Quiere ser un filósofo rey y juez. Darío Sztajnszrajber le molesta porque dice “chota”, o porque hace un espectáculo con rock, o una puesta de teatro, entonces dice que eso no es filosofía. A Darío lo leen millones, a éste filosofo rey lo leen sus alumnos y la mayoría no lo entiende. Le molesta José Pablo Feinmann porque es peronista. Le molesta la serie Merlí porque… porque todo lo molesta. Pero su torre de marfil ya evidencia las grietas que la derrumbarán. La filosofía no es propiedad de nadie, es importante devolverle a la filosofía su implicancia en la vida cotidiana; y esto es que sea llana, accesible, comprensible, democratizadora del conocimiento. Que de una serie cómica surja una duda existencial. Que un comunicador y estudiante de Filosofía escriba estas líneas. Que la ética y la moral vuelvan a tener valor. Que la angustia nos haga replantear cómo hacemos lo que hacemos, y qué tren estaremos esperando en la última estación.
[1] Goyenechea, Elisa. Jean-Paul Sartre la vida como elección continua. Diario La Nación 18 de abril de 2020 Recuperado de: https://www.lanacion.com.ar/opinion/jean-paul-sartre-la-vida-como-eleccion-continuaun-simbolo-del-siglo-xx-nid2354988
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